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Por mi coño que no.

9 Jun

El Sábado por la noche, a las 00.30 aproximadamente, iba a mi casa por Calle Beatas, una céntrica calle de Kamchatka. La calle petada de gente. Diviso a un grupo de machirulos, desde lejos. Estoy entrenada como Légolas con los orcos, los veo venir, y no hace falta que sean machirulos normativos haciendo ruido, ocupando el espacio de manera invasiva, catetos tocaculos, no, no, no hace falta, sabemos distinguir todos los tipos, lo vemos en su actitud. Cinco, mi misma edad, jóvenes, arreglados, clase media-alta, occidentales. Y paso por su lado con la barbilla alta, lo mejor que puedo, con todo el empoderamiento del que soy capaz. Y sé que va a pasar. Algo. Pero seguro que pasa. Porque lo veo. Y uno de ellos, a mi paso, me acaricia el brazo y me sujeta la muñeca sin parar de andar, de tal modo que, para soltarme, tengo que forcejear con él. Su cara era por completo asquerosa mientras me tocaba y me miraba. Le grito: ¿QUÉ COÑO HACES?
Y sigue para adelante. Él y sus amigos, que lo han visto, hablan de sus cosas, y siguen para adelante.

Y les sigo. Y el chaval ni se gira a mirarme. Le pregunto que qué ha hecho, que por qué, que si sabe que eso es una agresión, que por qué me toca sin mi consentimiento, que es violencia.
Lejos de, al menos, achantarse, me dice: Illa, que te he tocado la mano, no el culo ni las tetas, ¿eh?.
Es decir, agradece que la agresión no ha sido genital, podría haberlo hecho, pero no, sólo ha sido la mano.
Le contesto algo así como: Ah, si te parece tengo que permitirte que me toques sin mi permiso sólo porque es la muñeca y no el coño. TODO MI CUERPO ME PERTENECE Y TODO MI CUERPO ES RESPETABLE.
Y en esto, uno de los machirulos, me toca de nuevo la mano y el brazo y me dice: Quilla, déjalo, que está borracho.

A mi. Me lo dice a mi. Porque yo soy la que tiene que aguantar, tranquilizarme, comprender. Y él es el que, por encima de mi, de mi deseo, mi derecho y mi dignidad corporal, debe ser comprendido. Porque nada de lo que a mi me pase, importa, en realidad. Porque soy un ser de segunda. Porque ÉL está borracho. Porque no se ha dado cuenta. Porque es más fácil echarle la culpa a ELLA o decirle a ella que lo aguante. Y así, que me sobe a su antojo y que se vaya tan tranquilo a ligar con tías en los bares, a no acordarse a la mañana siguiente de que agredió a una mujer, que me toque sin mi permiso y se vaya a casa a acostarse en su cama dándole un beso a su madre, no sin antes wassapear a la chavala con la que se está escribiendo y mandarle una cara con un beso de corazón, y que ella piense lo guay que es su nuevo amigo.

Cuando el amigo me pide que le disculpe, con cara de imbécil, sin importarle demasiado lo que me decía, todavía nadie le había dicho nada a mi agresor. Uno de los chicos, al verme gritar, pregunta ¿Qué ha pasado? Y cuándo se percata del tema, le da tanta pereza que resopla y se va con otro chico que ni siquiera miró atrás, delante del grupo que caminaba. Cuando el amigo me pide que le disculpe, quitándole toda importancia y achacándolo a que ha bebido, y me toca el brazo, le grito «Y qué más da que tu colega esté borracho, yo me emborracho y no agredo a tíos, y tú tampoco me toques, joder«. Me suelta el brazo, agresivo, mediante un empujón y me dice con cara de asco: ¡No ve, la tía!

No veas la tía. Cómo se pone. Cómo es. Qué violenta. Qué amargada. Joder con la tía esta, a la que en mitad de la calle a las 00.30 de la madrugada un varón apoyado por un grupo de otros cuatro más ha agredido con el beneplácito y la protección de los demás. Joder con la tía borde. Joder con la tía.

Ni uno de los colegas con los que iba, que eran tíos normales, de los que te encuentras en cualquier bar, de los que conoces en el trabajo y con los que coincides en el gimnasio, los que tiran la basura, recogen a sus novias, quieren mucho a su madre y hacen la paella los domingos, ni uno fue capaz de decirle a su amigo: ¿Qué haces, tío? ¡Si no sabes beber, no bebas! o Quillo, tío, te has pasao, ¿no ves que la estás molestando?. Nadie se sintió avergonzado por integrar un grupo en el que uno de los iguales agredía a una mujer por el mero hecho de serlo. Nadie sintió incomodidad ni cuestionó el comportamiento de un par. Si consienten y protegen, reproducen, y para mi, obviamente, me agredieron los cinco. Lo que pasó no es más diferente de lo que pasa durante una guerrilla africana o lo que pasó en los Balcanes, donde el 90% de las mujeres fueron violadas y abusadas durante la guerra, pero llevado al extremo. Pero la construcción del comportamiento es el mismo, y la estructura es la misma. Un grupo de privilegio agrede a una mujer porque puede hacerlo y hay todo un sistema encargado de que se ejerza la violencia y quede indemne.

Se reía, se reía de mi. Se reía de mi porque mi criterio, mis emociones y mis derechos no importan, se reía de mi porque no me tiene miedo, porque tengo vagina, y yo a él sí, porque tiene pene. Le dije: ríete, que me he quedado con tu cara, machirulo de mierda, que te vuelvo a ver por la calle y te la rompo. Y los iguales se reían, porque saben que ellos controlan la violencia y yo no, ríen sabedores de su privilegio.

Pero me dio miedo llamar a mis amigas, que estaban sentadas en un bar a pocos metros sin enterarse de nada. Me dio mucho miedo exponer a mis amigas, que eran cuatro, que somos menudas, no demasiado altas y sin pajolera idea de ejercicio de la violencia, a enfrentarse con un grupo de cinco tíos. Veníamos de un grupo de conciencia que estamos montando entre nosotras las de la colectiva, en el que -aunque al final se habla de muchas otras cosas- hablamos de violencia, agresiones y autodefensa.

Imagen

Como ésta, miles. A mi y a todas nos ha pasado miles de veces. Es la tercera vez que me pasa lo mismo, que un tío me toca, directamente, y por la calle, del mismo modo, pasando por mi lado sin pararse, mirándome, me agarra el brazo hasta la muñeca y no me la suelta hasta que no termina de pasar. La tercera. Por eso me toca tanto los ovarios que te venga una feminista pseudo-institucionaloide, de esas para la lucha feminista no existe, de esas para las que lo único importante son las medidas de Igualdad del PSOE y para las que los Desayunos de mujeres empresarias son uno de los acontecimientos más importante cada tres meses patrocinados por el Instituto de la Mujer, de esas feministas que no son feministas que te dicen que la violencia es machista. Que las mujeres no debemos/podemos relacionarnos así. Que Marcela Lagarde dice que no hay que poner en cuestión nuestra exclusión de las estrategias de lo violento, que no hay que emplear léxico agresivo, que no hay que emplear un lenguaje que incite a lo militar, y esto es verídico y me lo contaba una hermana el otro día. Que nos maten sí, victimizarnos, siempre, que quepa en la cabeza que podamos reaccionar y defendernos, eso no. Teorizar sobre el feminicidio, sí. Sobre los usos de la violencia, no, las propias mujeres y las propias feministas nos lo van a  negar. No nos pertenecen esos espacios, no nos han sido asignados por el topo-poder patriarcal*. Para la mayoría de las mujeres, hombres, igualitarias, buenistas, institucionales, la violencia no es nunca una opción, porque la violencia no es propia de las mujeres, que somos las de la cultura de la paz. Si nos agreden y no podemos defendernos, si nunca van a temernos, si no podemos tomar el poder y la acción en la calle, si no nos juntamos todas, si no les plantamos cara,  mi pregunta es, ¿Y así cómo vamos a sobrevivir?.

Luego lo cuentas, fuera del espacio de seguridad que es la cueva y las otras brujas del akelarre y seguro que más de unx piensa que soy una exagerada. Que me lo tomo todo muy a pecho. Que gente loca, mala, subnormal, hay en todos lados. Que no tiene lectura de género. Que no fue para tanto. Que iba borracho. Que era de noche, una zona de salir y yo estaba sola. Que igual llevaba un escote demasiado grande, una falda demasiado corta, unos labios demasiado rojos. Todas las frases típicas que desde hace siglos legitiman una violación.

Por mi coño que montamos el grupo de autodefensa. Por mi coño que lo sacamos adelante y por mi coño que aprendemos a apalear a un machirulo sin miedo a que pueda más que yo. Por mi coño que esto no le pasa a ninguna compañera. Por mi coño que no me pasa más. Y por mi coño que no le va a pasar a mis hijas, ni a las hijas, de las hijas, de mis hijas. Por mi coño que no.

…………….

*Hay un artículo guapísimo, muy teórico de Cristina Molina que se llama «Género y Poder desde sus metáforas». De ahí saco la idea de ‘topopoder’, el poder patriarcal de asignar espacios de inclusión y exclusión asimétricos y generizados, entre hombres y mujeres: http://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=762973.

¿Seré yo la próxima?

4 Jun

Llevo varios días reflexionando, con un peso muy gordo a mis espaldas, que son las cinco mujeres muertas en menos de dos semanas por violencia machista, a las que llevo día a día en el pensamiento, sumadas a las que vienen detrás.

Decenas, cientos, miles de mujeres muertas, violadas, agredidas.
El artículo de June en Píkara me ha removido tanto como la noticia.

Un asesino machista en serie se ha llevado por delante a dos mujeres más y una de ellas, -a mi sí me parece importante: negra, puta, migrante- está en coma.
No me quito de la cabeza la imagen principal del artículo.
Lo pienso muchas veces, tal cual, y nunca lo había verbalizado. Menos mal que este blog es también terapia para la bruja que escribe, porque lo pienso, lo pienso, y lo pienso.

Como un Viernes de noche volviendo sola a casa.
Como cuando miro hacia atrás por si alguien me sigue en el ascensor.
Como cuando paso delante de un grupo de tíos que van a agredirme verbalmente, sé que va a pasar, y pasa.
Como cuando un tío se me acerca demasiado en un bar o me toca sin mi consentimiento.
Como cuando me monto en un taxi y por unos segundos, no reconozco la dirección que está tomando.
Como cuando entro en un metro y estoy sola, con un tío que no conozco en la otra esquina de la estación.

Como cuando pienso en que matan a las que son como yo.
Me creo empoderada, pero tengo miedo y rabia.
Muchas, lo pienso muchas veces, y me da vergüenza reconocerlo.

¿Seré yo la próxima?

La única respuesta es la autodefensa.
Y feminismo para no morir.Imagen

Imagen: tomada de las compañeras Feministas Ácidas.

El duelo patriarcal

24 Feb

Una noche en un bar cualquiera,

un tipo intenta colarse en una cola de baño, entendemos que de manera involuntaria, pero muy observador se ve que no es. La chica que se situaba delante de mi, le dice: «No, perdona, esto que ves aquí, es la cola».

El tipo contesta: «Ya, sois todo tías, yo voy al baño de los tíos». Sí, perras. Existe ese especímen que odio de machoestúpidos que ni siquiera comparten contigo el baño aunque esté tan concurrido que mujeres y hombres entren a los baños que queden libres aleatoriamente -oh, no, vaya un desacato a las leyes de género, llamen a las autoridades patriarcales-. Es como que el macho se ancla en la norma del género a través de la fuerza y la imposición y las mujeres, que también hay las que no quieren entrar a los baños «masculinos», se anclaran por pudor. Un tío se resiste a que entres a SU baño. Le toca a ÉL. La chica prefiere entrar al que le ha sido asignado, «el baño de los chicos está demasiado sucio».

Pero no perdamos el hilo, que os va a encantar. Le contesto yo: «este baño es unisex, así que a la cola». Nos dice que se la suda, que no se va. Le apremio: «corre, que se te cuelan».

El tipo, border en principio, deviene machirulo, y nos suelta: «Yo mearé donde me salga a mi de mis santos cojones».

Le suelto: «Y antes que yo no meas porque no me sale a mí de mi santísimo coño, a la cola».

Atención al momentazo: «¿A que te meo ahí?» -señalando el suelo del baño-. Me río en su cara, es inevitable, se lo ha buscado, y le digo: «¿ME?. ¿Soy tu chacha y voy a tener que limpiarte la meada? Tú mismo, pero antes de mi, y de estas chicas, no pasas, te pones a la cola o meas donde te parezca».

Con su gran capacidad para el debate, la comprensión y la reculación, el macho alfa amenaza con marcar su territorio: «¿A que te meo en lo alto?».

Contesto, con un nivel de empoderamiento considerable, dadas las características del machirulo de libro que tenía ante mis ojos: «¿Qué, es tu fantasía sexual? Prueba. Tú méame en lo alto a ver qué es lo que te pasa».

Se achanta. Va como a marcharse, pero vuelve, y, por favor, mucha atención al proceder machirulo dieciochesco: «Dime dónde está tu colega y nos vemos fuera». Sí. No llegó a abofetear mi cara con un guante como los lores británicos de los que habla Jane Austen, pero fue un desafío a duelo en toda regla.

Yo pasé de feminista contestona que se está meando a ser la Hydra de Lerna mata-machirulos en cuestión de segundos. Estoy segura de que se me multiplicaron las cabezas y comencé a echar fuego por las fauces.

-«Qué pasa, que me quieres pegar una hostia a mi, pero como soy mujer, no te atreves? ¿Lo que quieres es que mi macho, que ni siquiera está presente, responda por mi y tú puedas así resolver este conflicto de honor?». Tanta complejidad argumentativa le abrumó, y solo acertó a volver a amenazarme: -«Si fueras un tío te reventaba la cabeza». Le insté a que lo hiciera, de verdad, al grito de ¡Machote! ¡Valiente!, pero no hubo manera. Se fue con el rabo entre las piernas, y me refiero a su falo, no sin altes escupir un poco, mirar con odio patético y soltar algún que otro insulto, lo típico.

Quizás haya sido mejor así, porque las chicas de la cola, cuando el tipo se fue, hicieron piña y me dijeron: «te llega a tocar y lo matamos entre todas». No sé cómo tomarme eso. Mientras sucedía el altercado, no abrieron la boca. Pero también agradezco que no interviniesen con esa bienintencionada pero poco crítica actitud paternalista que ya he sufrido alguna que otra vez del tipo «no te pongas a su nivel» o «no te metas en esos líos» o «no le busques la boca».  Está claro, para mi, cada vez más: defenderse es una opción sexuada. Y al machirulo le chocó que yo lo hiciera. Que me mostrara la fuerte en mi territorio. Mi pis es tan importante como tu pis, así de simple y de grotesco. Su poder se vio cuestionado, su derecho, anulado. Aunque esto es una mera suposición, pues el tipo podía haber sido un machote cualquiera al que le gusta pelearse con todos los gallitos que se le cruzan, creo que el machirulo en principio se sintió amenazado por esa actitud de fuerza de las que estábamos en la cola, que, eso sí, no se movieron de su sitio, miraban fijas hacia él, no temieron, al menos que se viera, en ningún momento. No le permitimos ejercer su voluntad, sobretodo yo.

Era más bien una cuestión de honor, como luego se traduce de su interés por solventar el problema fuera del garito y con un hombre que me acompañase. Yo no soy igual a él, eso lo dejó claro, no me considera ni siquiera equivalente, sino inferior y por eso, no canaliza la violencia hacia mi más que a través de mi acompañante varón. «No se les pega a las nenas» es un código bien aprendido por el manual del buen machirulo, es una frase de crianza que mamá y papá no dejan de repetir. A veces se acompaña de «a las nenas, besitos». Wow. Toda una declaración de intenciones.

La violencia del varón hacia la mujer está terriblemente condenada por una de las vertientes del pensamiento machista, la de la protección, la del paternalismo, que sólo comparte con la vertiente de la violencia física contra las mujeres el prisma de nuestra supuesta inferioridad. Así pues, un hombre afrentado, por muy machirulo que sea, no suele agredirte a ti, que eres mujer, sino que busca a tu referente varón, a tu tutor, al que guarde tu honor, excepto que se trate de un maltratador sexista, claro, pero ésta no es necesariamente la categoría a la que nos estamos refiriendo aquí.

Hablando de mi machirulo, su honor manchado requería una limpieza pública, pero eso son asuntos que se arreglan entre hombres, y este es el principal mecanismo que nos ha alejado, históricamente, de la violencia, y por ende, de la autodefensa o incluso el ataque a nosotras las mujeres. Yo no tengo potestad para defenderme por mi misma, supone el machirulo. Por eso se ve tan nervioso, insultante e incómodo con mi reacción de emplear su mismo lenguaje descarado y violento. Quien debe defenderme a mi, es mi hombre, pero yo soy una mujer sola -es decir, sin varón que me avale, pues a mi se me ha negado también como mujer mi derecho a la autorrepresentación, y mi figura no vale tanto como la de un igual-, mi hombre no está y yo rehuso buscarle, por lo que el machirulo se ve absolutamente descolocado y frustrado ante la imposibilidadde inflingirme castigo.

La violencia es su privilegio, es su poder. Yo me rebelé, me defendí, contesté, cuestioné su supremacía sobre mi. Lo que para algunxs fue «ponerme a su altura» para mi fue un ejercicio de resistencia política y antipatriarcal. Quienes se escudan en el «no tenías que haberle contestado, le enciendes más», no son más que defensorxs del discurso de la no violencia, un discurso domesticador que esconde un juego de poder en el que elx dominante siempre lo seguirá siendo mediante su uso de la violencia y la pasividad delx dominadx ante la misma, lo que a su vez nos lleva a la anulación de la capacidad de respuesta. Así mismo, subyace una lectura de género clara en la que una mujer sublevada ante lo establecido, un sujeto mujer no pasivo y erigida con armas violentas ante una agresión cualquiera es lo incorrecto, lo condenable y lo impropio. Es fácil recurso desde las mujeres -y hacia las mujeres mucho más- la defensa de la no violencia porque desde hace cientos de años y con vagas excepciones puntuales que habría que analizar, nuestra intrahistoria ha sido el relato de la sumisión, el silencio y la victimización. Pero es injusto. E inmoral desde el punto de vista feminista, pues perpetuaríamos roles de género que pretendemos criticar por otro lado. Al patriarcado le beneficia el «es mejor no hacer caso» o el poner la otra mejilla. En definitivas cuentas, el argumento de la no violencia sólo beneficia al opresor y deja sin opción alx oprimidx. Y yo no quiero ser una oprimida.

Es impactante, en el plano de la praxis, el uso que hacen algunos machos de la violencia como muestra de su hegemonía, como si de un animal cualquiera que debe imponerse a otro/a para su supervivencia, se tratase, y en verdad es así. El macho vertebra toda su identidad, toda su existencia, mediante sus atributos masculinos tradicionales. Si no muestra sus atributos, nada puede legitimar su pertenencia a la masculinidad. Si no se impone, si no saca las garras, si no lucha mediante la violencia que la masculinidad ha privatizado, muere el macho. El macho no aprecia tanto su vida o su integridad física como la salvaguarda de su orgullo y su honor, y en el empleo de la fuerza bruta está implícita la defensa y la exhibición pública de esos valores como la bravura, el carácter, la fuerza. Son los últimos coletazos del estereotipo del guerrero, el mito del macho dominante que pelea por no morir y que se reproduce en constantes procederes tanto políticos como cotidianos.

Pero con una feminista has topado, querido. La próxima vez, igual te lo piensas dos veces. Porque si me llega a tocar un pelo, respondo. Igual me hace más daño él a mi que yo a él en este caso, ya que era bastante corpulento, pero mi satisfacción y mi empoderamiento al pensar que un machirulo lleva un moratón en la cara que le ha hecho esta «guarra» que escribe -así me llamó, no os sorprendáis por mi sordidez-, eso… eso, hermanas, no tiene precio.

No sabes lo puta, zorra y gorda que puedo llegar a ser

15 Feb

BigFatFeminist

Miércoles 13 de Febrero. Más de las 00.00 de la madrugada.

Tres perras feministas, yo entre ellas, en la calle. Tres BIOmujeres socialmente consideradas SOLAS por no ir acompañadas de varón alguno que nos tutorizase, presenciamos y «sufrimos» aproximadamente cuatro microagresiones sexistas.

Primero nos llamaron la atención desde lejos- Estábamos decorando un poco el espacio urbano, cargándolo con mensajes políticos por  el #14F, San Machirulo, contra el Amor Romántico. Y escuchamos:  «las del 15M, vamos a llamar a la policía». «Os estamos grabando». «¿Qué hacéis?». «¿Qué estáis escribiendo?», «La de la izquierda, que se quite, que no sale en la foto».  Así, a gritos, intentaron mantener una conversación de ligoteo machirulo buenista que, ante nuestra resistencia, acabó con un «que os den por culo».

En segundo lugar, vinieron cuatro mini-machirulos borrachos a vacilarnos. Está claro que éramos blanco fácil para ellos, las tres sentadas en el escalón, fumando un cigarro, para la mentalidad heteropatriarcal, indefensas y pasivas. Ante, de nuevo, nuestra resistencia de seguirles el juego o hablar con ellos, la respuesta fue: «¡Gorda!».

Al poco rato, otras tres chicas aparentemente SOLAS por no tener varón alguno que las tutorizase, le hacían la peseta y gruñían a dos cateto-machirulos añejos bastante bebidos que las habían estado persiguiendo.

Después de aquello, un tipo acompañando a otras personas extranjeras -no sé si era alguno de los de antes- pasó por nuestro lado para señalarnos diciéndoles «ugly, ugly, ugly».

Por último, un tipo se sentó bastante cerca de nosotras. Al levantarse se puso a reir y hablarle con retintín a su amigote, mientras no nos quitaba ojo. Luego, de lejos, uno de sus amigos -eran tres- nos dijo: «Quilla, tú qué ere la Marta, ¿no?». Estaban una mijta colocados, y, no sé si por rondarnos o por comprobar si alguna de nosotras era Marta o no, fueron bastante invasivos, y cuando digo invasivos, digo que sus miradas se centraban en nuestra conversación todo el tiempo y la distancia de seguridad y de respeto que se debe tener en la calle, de noche, con gente desconocida hablando en tono bajito cosas íntimas, no la estaban guardando.

Más tarde, volvieron, y es que se marchaban y volvían para ver si seguíamos ahí, a su plena disposición, y hablando sobre nosotras entre ellos, nos pidieron un cigarro.

¿Hubiera pasado lo mismo si en vez de tres mujeres, llegamos a ser tres hombres?

Los machirulos no atentan sin razón contra su grupo de iguales, es así el pacto de los hermanos patriarcales. Cuando detecta una hembra, el machote heterosexual la considera un blanco de su seducción o de su ridiculización. La mujer ocupa el espacio, pero, al parecer, no le pertenece. Así, el machirulo utiliza su posición de privilegio para llamar su atención, del modo que sea. Incluso aunque no quiera cortejar a la mujer a la que agrede verbalmente, tiene la certeza de que puede acercarse a ella o a un grupo de las mismas y soltar cualquier majadería de borracho. Sencillamente, el sexista cotidiano nos cree más débiles, susceptibles, inferiores, en definitiva, sumisas. Somos las OTRAS. Al hombre, lo ve un igual, fuerte, aguerrido, contestatario y violento, en definitiva, dominante. Lo que Simone de Beauvoir llamaba Lo Uno, es decir, el neutro, el que se sobreentiende. Esto se resume, como decíamos ayer en nuestro rinconcito de debate feminista, en que los machirulos se acercan a decirte cualquier machirulada, un piropo, una salida de tono, lo más salido o absurdo que se les ocurra… porque no nos temen. A las mujeres se nos ha extirpado no sólo la autonomía, la libertad, la capacidad decisiva, sino también la capacidad de respuesta, la reacción, la violencia.

Un tío que llega a cachondearse de otro grupo de tíos o a soltar imbecilidades con sus colegas, sabe muy bien, por muy borracho que esté, que puede sufrir una agresión. Con nosotras no pasa eso, no importa que seamos más que ellos, no nos ven como un peligro en potencia, sino como sujeto dominable. No nos respetan por nuestra categoría mujeres, no nos respetan como individuas en igualdad de condiciones. No respetan a la que es para ellos la base de la construcción de su identidad macha, dicotómica y contrapuesta, a la otra, a la diferente, a la mutante. Respetan al igual, al semejante, al que puede ejercer de macho alfa si la rivalidad da paso a la violencia.

Si no accedes a sus deseos, eres gorda, eres puta, eres zorra: insultos sexuados.

Pues mira, esbirro del patriarcado: No sabes lo puta, zorra y gorda que puedo llegar a ser.

Feminist Art Workers

a collaborative performance art group founded in 1976

El Demonio Blanco de la tetera verde

Traducciones feministas y antirracistas.

respuestafeminista

Ninguna agresión sin respuesta

Amargi Istanbul

Living itself is the most important academic activity

La Colmena

Contenedores de pensamiento, experimentación y democracia

Eskándalo Púbico

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