El Sábado por la noche, a las 00.30 aproximadamente, iba a mi casa por Calle Beatas, una céntrica calle de Kamchatka. La calle petada de gente. Diviso a un grupo de machirulos, desde lejos. Estoy entrenada como Légolas con los orcos, los veo venir, y no hace falta que sean machirulos normativos haciendo ruido, ocupando el espacio de manera invasiva, catetos tocaculos, no, no, no hace falta, sabemos distinguir todos los tipos, lo vemos en su actitud. Cinco, mi misma edad, jóvenes, arreglados, clase media-alta, occidentales. Y paso por su lado con la barbilla alta, lo mejor que puedo, con todo el empoderamiento del que soy capaz. Y sé que va a pasar. Algo. Pero seguro que pasa. Porque lo veo. Y uno de ellos, a mi paso, me acaricia el brazo y me sujeta la muñeca sin parar de andar, de tal modo que, para soltarme, tengo que forcejear con él. Su cara era por completo asquerosa mientras me tocaba y me miraba. Le grito: ¿QUÉ COÑO HACES?
Y sigue para adelante. Él y sus amigos, que lo han visto, hablan de sus cosas, y siguen para adelante.
Y les sigo. Y el chaval ni se gira a mirarme. Le pregunto que qué ha hecho, que por qué, que si sabe que eso es una agresión, que por qué me toca sin mi consentimiento, que es violencia.
Lejos de, al menos, achantarse, me dice: Illa, que te he tocado la mano, no el culo ni las tetas, ¿eh?.
Es decir, agradece que la agresión no ha sido genital, podría haberlo hecho, pero no, sólo ha sido la mano.
Le contesto algo así como: Ah, si te parece tengo que permitirte que me toques sin mi permiso sólo porque es la muñeca y no el coño. TODO MI CUERPO ME PERTENECE Y TODO MI CUERPO ES RESPETABLE.
Y en esto, uno de los machirulos, me toca de nuevo la mano y el brazo y me dice: Quilla, déjalo, que está borracho.
A mi. Me lo dice a mi. Porque yo soy la que tiene que aguantar, tranquilizarme, comprender. Y él es el que, por encima de mi, de mi deseo, mi derecho y mi dignidad corporal, debe ser comprendido. Porque nada de lo que a mi me pase, importa, en realidad. Porque soy un ser de segunda. Porque ÉL está borracho. Porque no se ha dado cuenta. Porque es más fácil echarle la culpa a ELLA o decirle a ella que lo aguante. Y así, que me sobe a su antojo y que se vaya tan tranquilo a ligar con tías en los bares, a no acordarse a la mañana siguiente de que agredió a una mujer, que me toque sin mi permiso y se vaya a casa a acostarse en su cama dándole un beso a su madre, no sin antes wassapear a la chavala con la que se está escribiendo y mandarle una cara con un beso de corazón, y que ella piense lo guay que es su nuevo amigo.
Cuando el amigo me pide que le disculpe, con cara de imbécil, sin importarle demasiado lo que me decía, todavía nadie le había dicho nada a mi agresor. Uno de los chicos, al verme gritar, pregunta ¿Qué ha pasado? Y cuándo se percata del tema, le da tanta pereza que resopla y se va con otro chico que ni siquiera miró atrás, delante del grupo que caminaba. Cuando el amigo me pide que le disculpe, quitándole toda importancia y achacándolo a que ha bebido, y me toca el brazo, le grito «Y qué más da que tu colega esté borracho, yo me emborracho y no agredo a tíos, y tú tampoco me toques, joder«. Me suelta el brazo, agresivo, mediante un empujón y me dice con cara de asco: ¡No ve, la tía!
No veas la tía. Cómo se pone. Cómo es. Qué violenta. Qué amargada. Joder con la tía esta, a la que en mitad de la calle a las 00.30 de la madrugada un varón apoyado por un grupo de otros cuatro más ha agredido con el beneplácito y la protección de los demás. Joder con la tía borde. Joder con la tía.
Ni uno de los colegas con los que iba, que eran tíos normales, de los que te encuentras en cualquier bar, de los que conoces en el trabajo y con los que coincides en el gimnasio, los que tiran la basura, recogen a sus novias, quieren mucho a su madre y hacen la paella los domingos, ni uno fue capaz de decirle a su amigo: ¿Qué haces, tío? ¡Si no sabes beber, no bebas! o Quillo, tío, te has pasao, ¿no ves que la estás molestando?. Nadie se sintió avergonzado por integrar un grupo en el que uno de los iguales agredía a una mujer por el mero hecho de serlo. Nadie sintió incomodidad ni cuestionó el comportamiento de un par. Si consienten y protegen, reproducen, y para mi, obviamente, me agredieron los cinco. Lo que pasó no es más diferente de lo que pasa durante una guerrilla africana o lo que pasó en los Balcanes, donde el 90% de las mujeres fueron violadas y abusadas durante la guerra, pero llevado al extremo. Pero la construcción del comportamiento es el mismo, y la estructura es la misma. Un grupo de privilegio agrede a una mujer porque puede hacerlo y hay todo un sistema encargado de que se ejerza la violencia y quede indemne.
Se reía, se reía de mi. Se reía de mi porque mi criterio, mis emociones y mis derechos no importan, se reía de mi porque no me tiene miedo, porque tengo vagina, y yo a él sí, porque tiene pene. Le dije: ríete, que me he quedado con tu cara, machirulo de mierda, que te vuelvo a ver por la calle y te la rompo. Y los iguales se reían, porque saben que ellos controlan la violencia y yo no, ríen sabedores de su privilegio.
Pero me dio miedo llamar a mis amigas, que estaban sentadas en un bar a pocos metros sin enterarse de nada. Me dio mucho miedo exponer a mis amigas, que eran cuatro, que somos menudas, no demasiado altas y sin pajolera idea de ejercicio de la violencia, a enfrentarse con un grupo de cinco tíos. Veníamos de un grupo de conciencia que estamos montando entre nosotras las de la colectiva, en el que -aunque al final se habla de muchas otras cosas- hablamos de violencia, agresiones y autodefensa.
Como ésta, miles. A mi y a todas nos ha pasado miles de veces. Es la tercera vez que me pasa lo mismo, que un tío me toca, directamente, y por la calle, del mismo modo, pasando por mi lado sin pararse, mirándome, me agarra el brazo hasta la muñeca y no me la suelta hasta que no termina de pasar. La tercera. Por eso me toca tanto los ovarios que te venga una feminista pseudo-institucionaloide, de esas para la lucha feminista no existe, de esas para las que lo único importante son las medidas de Igualdad del PSOE y para las que los Desayunos de mujeres empresarias son uno de los acontecimientos más importante cada tres meses patrocinados por el Instituto de la Mujer, de esas feministas que no son feministas que te dicen que la violencia es machista. Que las mujeres no debemos/podemos relacionarnos así. Que Marcela Lagarde dice que no hay que poner en cuestión nuestra exclusión de las estrategias de lo violento, que no hay que emplear léxico agresivo, que no hay que emplear un lenguaje que incite a lo militar, y esto es verídico y me lo contaba una hermana el otro día. Que nos maten sí, victimizarnos, siempre, que quepa en la cabeza que podamos reaccionar y defendernos, eso no. Teorizar sobre el feminicidio, sí. Sobre los usos de la violencia, no, las propias mujeres y las propias feministas nos lo van a negar. No nos pertenecen esos espacios, no nos han sido asignados por el topo-poder patriarcal*. Para la mayoría de las mujeres, hombres, igualitarias, buenistas, institucionales, la violencia no es nunca una opción, porque la violencia no es propia de las mujeres, que somos las de la cultura de la paz. Si nos agreden y no podemos defendernos, si nunca van a temernos, si no podemos tomar el poder y la acción en la calle, si no nos juntamos todas, si no les plantamos cara, mi pregunta es, ¿Y así cómo vamos a sobrevivir?.
Luego lo cuentas, fuera del espacio de seguridad que es la cueva y las otras brujas del akelarre y seguro que más de unx piensa que soy una exagerada. Que me lo tomo todo muy a pecho. Que gente loca, mala, subnormal, hay en todos lados. Que no tiene lectura de género. Que no fue para tanto. Que iba borracho. Que era de noche, una zona de salir y yo estaba sola. Que igual llevaba un escote demasiado grande, una falda demasiado corta, unos labios demasiado rojos. Todas las frases típicas que desde hace siglos legitiman una violación.
Por mi coño que montamos el grupo de autodefensa. Por mi coño que lo sacamos adelante y por mi coño que aprendemos a apalear a un machirulo sin miedo a que pueda más que yo. Por mi coño que esto no le pasa a ninguna compañera. Por mi coño que no me pasa más. Y por mi coño que no le va a pasar a mis hijas, ni a las hijas, de las hijas, de mis hijas. Por mi coño que no.
…………….
*Hay un artículo guapísimo, muy teórico de Cristina Molina que se llama «Género y Poder desde sus metáforas». De ahí saco la idea de ‘topopoder’, el poder patriarcal de asignar espacios de inclusión y exclusión asimétricos y generizados, entre hombres y mujeres: http://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=762973.